Pasear escuchando mi música de fondo. Sentarme en cualquier plaza a observar el trasiego de la gente en la calle. Pensar en nada. Y de repente, que todo se detenga en el momento en el que apareces tú por la esquina de esta calle. Verte caminar a cámara lenta, mientras el viento revuelve mi pelo. La música se detiene. Te observo. Espero tu mirada hasta el último instante en el que desapareces calle abajo. No. No miraste. Ni siquiera percatas mi presencia. Todo vuelve a su curso. Los coches pasan velozmente, la gente camina y las campanas del reloj de la iglesia que hay tres calles más atrás da las 7 de la tarde. Hace calor, y aunque el sol empieza a caer sigo caminando esperando con impaciencia la entrada de la noche. Caminar por esas calles estrechas y pedregosas hasta llegar al mirador que a estas horas está lleno de gente. Aún así, sentirme sola ante la inmensidad de la noche al caer. El cielo oscurece por fin, y aunque no eran más que nubes tener la sensación de que todo esto se termina y la sensación de haber sentido esto un millón de veces antes.
martes, 9 de marzo de 2010
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