Son sólo un puñado de ideas y sueños, de los que te hacen despertar a media noche, coger un bolígrafo y papel en blanco y ponerte a escribir como una loca... Unos, carecen de sentido, otros... podrían tenerlo. Intento no retocar nada. Las mejores ideas vienen solas y son las que hay que plasmar en el papel. Como decía Picasso..."Que la inspiración te pille trabajando..."


viernes, 12 de marzo de 2010

Apología a lo antiguo...


Lo primero que hice cuando me mudé a otro piso fue buscar una tienda de segunda mano en mi nuevo barrio, mi nueva ciudad. Pregunté por la calle a personas cuyas ropas caracterizaban que podrían haber sido sacadas de una tienda así. Al final, un muchacho me indicó el camino para llegar a una de ellas, donde, según me dijo, él había comprado su vieja bicicleta que paseaba por la ciudad como si de un trofeo se tratase.
Llegué a la tienda tras recorrer unas callejuelas con casas muy antiguas y suelo empedrado. Abrí la puerta y la campanilla que colgaba del techo me asustó. A los pocos segundos apareció el dependiente que venía de lo que parecía ser el almacén. El hombre, entrado ya en años, me preguntó si estaba buscando algo en especial.
- Busco un tocadiscos, dije intentando no dar muchas explicaciones.

El dependiente me pidió que lo siguiera. Entramos al almacén donde tenía de todo, desde bicicletas hasta ropa, pasando por varios instrumentos musicales e incluso viejas vajillas de porcelana. Me mostró varios tocadiscos. Los encendió y me dijo que escuchase con detenimiento la misma canción en cada uno de ellos. Le hice caso y puse un vinilo de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky que éste me dejó antes de marcharse a atender a otro cliente.

El primer tocadiscos que probé hacía mucho ruido. Pero el segundo me encantó. Un sonido limpio salía por los altavoces. No probé los demás y llamé al dependiente para indicarle cual me llevaba.
Llegué a casa y puse un vinilo de Bob Dylan que hacia bastantes años había pertenecido a mi padre. Era “Greates hits”. El momento en el que la aguja rozaba suavemente el disco mientras este giraba fue espectacular. Parecía como si el propio Dylan estuviese en un rincón de mi salón con su guitarra y su armónica tocando “Blowin´ in the wind”. Era como si la púa del tocadiscos fuese la púa con la que el músico rasgaba su guitarra.
El día en el que el tocadiscos dejó de sonar recogí mis cosas y cambié de piso, de barrio y de ciudad.

martes, 9 de marzo de 2010

...


Pasear escuchando mi música de fondo. Sentarme en cualquier plaza a observar el trasiego de la gente en la calle. Pensar en nada. Y de repente, que todo se detenga en el momento en el que apareces tú por la esquina de esta calle. Verte caminar a cámara lenta, mientras el viento revuelve mi pelo. La música se detiene. Te observo. Espero tu mirada hasta el último instante en el que desapareces calle abajo. No. No miraste. Ni siquiera percatas mi presencia. Todo vuelve a su curso. Los coches pasan velozmente, la gente camina y las campanas del reloj de la iglesia que hay tres calles más atrás da las 7 de la tarde. Hace calor, y aunque el sol empieza a caer sigo caminando esperando con impaciencia la entrada de la noche. Caminar por esas calles estrechas y pedregosas hasta llegar al mirador que a estas horas está lleno de gente. Aún así, sentirme sola ante la inmensidad de la noche al caer. El cielo oscurece por fin, y aunque no eran más que nubes tener la sensación de que todo esto se termina y la sensación de haber sentido esto un millón de veces antes.